La última palabra
La Biblia en un año: Éxodo 16–18; Mateo 18:1-20
No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure… (v. 2).
Un día, en una clase de filosofía, un alumno hizo unos comentarios denigrantes sobre las opiniones del profesor. Para sorpresa de todos, el profesor le agradeció y siguió con otro tema. Más tarde, cuando le preguntaron por qué no le contestó, dijo: «Estoy practicando la disciplina de no tener que tener la última palabra».
Ese profesor amaba y honraba a Dios, y quería poner en práctica en su vida un espíritu humilde que reflejara ese amor. Sus palabras me recordaron a otro maestro; uno que vivió hace mucho y que escribió el libro de Eclesiastés. Aunque no se refería a cómo actuar ante una persona enojada, explicaba que, cuando nos acercamos al Señor, debemos cuidar nuestros pasos y acercarnos «más para oír» que para abrir la boca y dejar salir apresuradamente de nuestro corazón reacciones desagradables. Al hacerlo, reconocemos que Dios es el Señor y que nosotros somos sus criaturas (Eclesiastés 5:1-2).
¿Cómo te diriges a Dios? Si piensas que debes modificar en algo tu actitud, ¿por qué no dedicas un tiempo a pensar en la majestad y la grandeza del Señor? Cuando meditamos en su sabiduría, poder y presencia infinitos, podemos quedar maravillados con su desbordante amor por nosotros. Con esta actitud humilde, no tendremos necesidad de tener la última palabra. — Amy Boucher Pye
Señor, enséñame a escuchar.
Las palabras elegidas cuidadosamente honran a Dios.
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